Una breve visita

Curiosa es nuestra situación de hijos de la Tierra… Una reflexión íntima sobre el sentido de nuestra breve visita al mundo, con Einstein como guía.

Una breve visita

Este ensayo lo escribí con Spiegel im Spiegel de Arvo Pärt sonando de fondo. Se lee en unos minutos, pero la pieza dura más: te invito a quedarte después de leer, en silencio, dejando que la música complete lo que las palabras apenas sugieren.

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Spiegel im Spiegel de Arvo Prt
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La escuché por primera vez el 02/09/2025, a las 22:41, luego de otro día común de empleado. Marca el inicio de este espacio y el intento de vivir más mi vida. Esa noche, y la madrugada del miércoles que siguió, esta música —en loop— me acompañó mientras escribía. Es una pieza mínima y hermosa, invita a cerrar los ojos y subirle el volumen para que envuelva.

Autor: Albert Einstein
Cita extraída del Libro: Mi Visión del mundo (1934)
Etiquetas: Vida, Amor, Tiempo, Einstein, Ensayo, Mi visión del mundo.

La cita

Albert Einstein, en una carta personal citada por diferentes recopilaciones de su correspondencia.

"Curiosa es nuestra situación de hijos de la Tierra. Estamos por una breve visita y no sabemos con que fin, aunque a veces creemos presentirlo. Ante la vida cotidiana no es necesario reflexionar demasiado: estamos para los demás. Ante todo para aquellos de cuya sonrisa y bienestar depende nuestra felicidad; pero también para tantos desconocidos a cuyo destino nos vincula una simpatía."

Einstein escribió estas palabras en un tono íntimo, lejos de fórmulas matemáticas y teorías físicas. No hablaba del cosmos ni de la relatividad, sino de lo que significa habitar unos años esta tierra como visitantes breves. Su confesión refleja una humildad radical: aceptar que el sentido de la vida no se nos revela con claridad, y aun así elegir un propósito sencillo: vivir para los demás.

Me impresiona que alguien capaz de explicar la luz de las estrellas encontrara brújula en algo tan humano como una sonrisa. La imagen es poderosa: la ciencia que mide el universo reducida a un gesto cotidiano, al rostro de alguien querido.

Einstein no hablaba aquí como físico ni como hombre de ciencia, sino como un ser humano enfrentando el misterio de existir unas cuantas primaveras en este planeta.
Y no estaba solo en esa intuición.

Un eco a lo largo de la historia

Dos milenios antes, Marco Aurelio (121–180 d.C.), emperador romano y filósofo estoico, escribió en sus Meditaciones:

“La vida del hombre es un instante; su esencia, un flujo incesante; su percepción, oscura; su cuerpo, corruptible; su alma, un torbellino; su fortuna, imprevisible; su fama, incierta. En resumen, todo lo que pertenece al cuerpo es un río; lo que pertenece al alma, un sueño y un vapor.”

Blaise Pascal (1623–1662), matemático, físico y filósofo francés, afirmaba que gran parte de nuestra desgracia viene de “no saber quedarnos quietos en una habitación”. Él veía en nuestra incapacidad de soportar el silencio y la soledad la raíz de la fuga constante hacia distracciones.

En la Europa del siglo XVII, los pintores barrocos colgaban en salones y capillas sus vanitas: naturalezas muertas con relojes de arena, flores marchitas, calaveras. Estos cuadros eran recordatorios de lo mismo que decía Einstein: estamos de paso. La belleza se marchita, el poder se desvanece, el tiempo corre.

Søren Kierkegaard (1813–1855), filósofo danés considerado el padre del existencialismo, sostenía que el sentido no se encuentra en certezas externas, sino en la manera en que elegimos vivir nuestra temporalidad. Para él, la angustia no era un defecto, sino la condición humana de saberse finito y a la vez libre.

Einstein se suma a esa misma corriente: aceptar la brevedad y encontrar propósito en algo tan cotidiano como una sonrisa.

La metáfora de la posada

Podría imaginarlo como una posada en medio de un viaje.
Nadie llega para quedarse. Algunos descansan apenas una noche; otros se detienen un poco más, pero todos parten al amanecer. Lo único que compartimos es el pan, las historias alrededor del fuego, las sonrisas cruzadas antes de dormir.

Quizás la vida sea eso: una posada breve donde la calidad de nuestra visita depende menos de la grandeza de nuestras hazañas y más de la calidez con la que nos cruzamos en el camino: compartimos pan, compartimos fuego, y al amanecer seguimos viaje. Lo importante no es cuánto tiempo nos quedamos, sino cómo lo habitamos.

El presentimiento

No entiendo del todo cuando dice “a veces creemos presentirlo”. Tal vez se refiere a esos momentos de alegría o aquellos momentos de lucha donde sentimos que hacemos algo importante para nosotros mismos y para los que nos rodean, en esos momentos en que sentimos que precisamente para eso vinimos al mundo: para vivirlos, aunque sean breves.

Cuando pienso en mi propia breve visita, me pregunto: ¿Cuándo he sentido ese presentimiento del que habla? Tal vez se refiere a esos momentos donde todo cobra sentido, cuando sentimos que estamos exactamente donde debemos estar. Yo estoy para mi familia.

Mis sonrisas

Estoy para mi madre, para mi padre, para mi hermano. Me amaron y me aman, y los amo. He tenido mucha suerte, aunque a veces reniegue de los problemas diarios que casi todos tenemos.

En mi trabajo también estoy al servicio de otros: me piden que resuelva, que acompañe, que sostenga. Y lo hago, lo seguiré haciendo.

La sonrisa de mi madre, en medio de mis dificultades económicas, se siente como un regalo que no merezco. Es ella y el universo diciéndome que algo hice bien y que puedo volver a hacerlo.

Cuando ella se ríe a carcajadas, es algo hermoso, guardaré por siempre esa memoria, de ella riéndose a carcajadas.

La admiro cuando recuerdo aquel día en que gritó por la ventana a una madre que golpeaba a su hijo en la calle: “¡No le pegues! ¡Dale amor!” Su risa hoy es mi refugio. Pienso que debo pensar más en ella para tener fuerzas.

La sonrisa leve de mi padre también es un regalo. Habla poco, pero enseña con hechos.

Trabajó como albañil desde niño. Una vez, viendo una película, le pregunté qué superpoder le gustaría tener: ¿volar?, ¿controlar el fuego?, ¿el agua? Me miró y respondió: “el trabajo”.
Ese día lo admiré como pocas veces. Aprendí algo valioso que aún intento aplicar.

Mi hermano, mi mejor amigo, me regaló las mejores risas de la infancia. Cada vez que nos reunimos debemos seguir riéndonos. Es un pacto silencioso.

Conexión: ciencia y tiempo

Einstein formuló teorías que cambiaron para siempre la forma en que entendemos el tiempo.
Descubrió que no es absoluto, que se dilata, que se curva. Y sin embargo, en su vida cotidiana, eligió no perderse en esas ecuaciones al hablar de sentido. Prefirió hablar de lo simple: vivir para los demás.

Ese contraste me impresiona: un hombre capaz de describir la luz de las estrellas y a la vez encontrar su guía en la sonrisa de otro ser humano.
Nos recuerda que, aunque el tiempo del universo se expanda o se contraiga, el nuestro, el humano, es limitado y precioso.

Reflexión

También hay algo liberador en aceptar que “no sabemos con qué fin” estamos aquí.

Como si la vida no fuese un examen que aprobar, sino un viaje compartido en tren con ventanas abiertas: miramos el paisaje, compartimos pan con quien está al lado, y al final descendemos en silencio, sabiendo que fuimos compañía unos para otros.

Quizás todo consista en eso: estar presentes, cuidar las sonrisas de quienes queremos y regalar un poco de simpatía también a quienes apenas conocemos.

Ahora, mientras escribo estas últimas líneas, la música de Arvo Pärt sigue sonando. Su repetición lenta y cristalina me recuerda que la belleza está en lo simple, en lo que se repite con calma. Como las sonrisas que vuelven cada día, como el gesto cotidiano de estar presente para quien nos necesita.

¿Quiénes, al sonreír, te alegran el día?
¿Y a quién le alegrás vos con tu sonrisa?